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domingo, 13 de marzo de 2011

Anónimo desencuentro.

Siempre supo que moriría de aquella manera. Su coche era ahora un amasijo de hierros retorcidos a causa del violento impacto. Su cuerpo yacía detrás del volante que ahora presionaba su pecho. Un punzante dolor atravesaba su cuerpo. Le costaba respirar. Su aliento se dibujaba en el aire a causa de la gélida temperatura de aquella fatídica noche. No sentía ninguna de sus extremidades, pero tampoco tenía intención de moverse. Asumió que su final estaba próximo y que no merecía la pena luchar por unos segundos más de vida. Tomó esos últimos instantes de lucidez para reflexionar, para ordenar los momentos importantes de su vida.

Sus compañeros desconocían que hacía cuando dejaba atrás la puerta de la oficina. Era un hombre reservado pero con un inexplicable carisma. Cuando hablaba, la gente lo contemplaba embelesada, casi hipnotizada. Cada palabra acentuaba la seguridad y la confianza en si mismo. En ello residía gran parte de su éxito profesional. Había ascendido rápidamente en la empresa, siempre bajo el afectuoso amparo de su jefe, que había visto en él, todo el potencial que se escondía detrás de aquel rostro de fragilidad. Pero cada mañana en su despacho se metamorfoseaba. Se arrancaba la máscara y aquel dulce gatito se convertía en un depredador insaciable, que disfrutaba contemplando como sus presas se desangraban agonizantes en una continua perdida de dividendos.

En su casa nadie le aguardaba salvo el pequeño Dartacán, un cachorro de pointer tristemente bautizado por su sobrino pequeño. Dartacán tenía un oído finísimo, capaz de escuchar el motor del BMW a kilómetros de distancia. Comenzaba su ritual. Se apostaba frente a la puerta inmóvil, escuchando como la llave hacía saltar, uno a uno, los pernos de la cerradura. Cada sonido hacía aumentar los latidos de su excitado corazón. Pero él seguía impasible con su pose estatuaria. Era capaz de maniatar a su instinto. Solo cuando su dueño pronunciaba su nombre, Dartacán liberaba toda esa felicidad contenida. Por muy duro que fuese el día, su fiel amigo siempre conseguía sacarle una sonrisa. Se reía con cada salto, con cada carrera hacia ninguna parte. Se reía con cada voltereta, con cada ladrido mudo. Impaciente por esa caricia que le hacia sentirse querido y le tranquilizaba. Eran buenos amigos y en el fondo, sabían que se necesitaban mutuamente.

Otro ritual daba comienzo. Depositaba las llaves en el recibidor y directamente subía al segundo piso del loft que el mismo había rediseñado. Por el camino, se iba despojando de la chaqueta y de la maldita corbata que tanto odiaba llevar. Dejaba la ropa en el vestidor e instintivamente atravesaba la estancia hacia el rincón donde había situado su despacho. En el escritorio su portátil moraba día tras día en un estado de letargo. Lo encendía, y mientras aguardaba, se acercaba al mueble bar que había sido cuidadosamente mimetizado con la decoración de la sala. Descorchaba un buen godello y servía una copa de aquel sublime liquido dorado. La viticultura era su gran pasión, heredada de su abuelo materno. Nunca se perdonó que vendiese los viñedos para costearle los estudios universitarios. Por eso se prometió recuperarlos algún día y que juntos, elaborarían el mejor vino de la comarca. Hacía años que ese sueño nunca se cumpliría.

Ya mas cómodo, se sentaba en la silla que tantas noches se convirtió en su cama.. Sus manos ya sabían lo que tenían que hacer. Escribía su nick y una cadena alfanumérica que cada semana se afanaba en cambiar concienzudamente. A pesar de entrar cada noche, nunca guardaba sus contraseñas. Era muy receloso con todo lo relacionado con la informática. No se acababa de fiar de aquellos artilugios con los que, por distintos motivos, había entablado una estrecha relación.

Aquello se había convertido en la ruta de huida de la vida monótona y estresante que se había autoimpuesto, sacrificando su felicidad por notoriedad empresarial y solvencia económica. Formaba parte de una comunidad de gente anónima que compartía su amor por la naturaleza y la vida en el campo. Un ciberespacio con un deseo común, abandonar el paisaje laberíntico de muros de hormigón y senderos de asfalto en los que se habían convertido las metrópolis de la actualidad.
Urbes carentes de vida, que albergan seres robotizados y programados de trato impersonal y dudosa moralidad.
Black_Rot. Así se hacia llamar dentro de aquel grupo de iguales, almas solitarias deseosas de una pizca de complicidad. Quizás fuese fruto del tiempo o simplemente el roce cotidiano, pero se había encariñado de aquel lugar abstracto y de la gente que se reunía alrededor de aquella dirección URL. Para él aquella gente desconocida se habían convertido en sus mejores amigos. Verlos cada día, el sentirse escuchado y querido había roto la barrera del escepticismo que siempre tuvo de las relaciones frías e impersonales a través del teclado y el ratón. Pero ese pensamiento se había derrumbado al experimentarlo en sus propias carnes, llegando a cambiar su concepto de la amistad.

Sus antiguas amistades lo habían defraudado. El tiempo había sacado a la luz la clase de amigos que le rodeaban, buitres ávidos de las migajas de éxito y dinero que dejaba a su paso. Desencantado, eliminó de su vida a todo codicioso que se movía por un claro afán de lucro personal. Odiaba la falsedad y la mentira. Prefería estar solo que rodeado de burdos actores faltos de talento y escrúpulos.

El olor a gasolina entremezclado con el aroma de las flores silvestres lo transporto de nuevo a la realidad. Analizó detenidamente la situación. Su coche se había salido de la calzada debido a una placa de hielo. Descendió unos 20 por la ladera de la montaña para detenerse contra un ancestro castaño. El golpe fue brutal. Tenia una fractura abierta en el fémur de su pierna derecha. En la izquierda, el dolor era similar. Uno de sus pulmones estaba a punto de colapsarse. La respiración era cada vez mas pausada. Su sangre se coagulaba en los diminutos cortes que los cristales tintados de las lunas habían producido en su piel. El exceso de dióxido de carbono en su organismo lo adormecía poco a poco. Su cerebro empezaba a desconectar las funciones no primarias en un último intento de mantener con vida a un cuerpo carente de toda esperanza.

Estaba a punto de desmayarse debido al dolor inhumano que su cuerpo estaba experimentando. Se resistía a no ser consciente de sus últimos instantes de vida. Su mente estaba en otro lugar. Y a pesar de ser lo que mas aborrecía en este mundo, ahora estaba intentando recrear su rutina diaria. Se imaginaba delante de su portátil, sentado en su despacho, hablando con la persona que más le comprendía y le hacia sentir feliz.. Su nick era Eir y a pesar de no haberse visto nunca, entre ellos había algo especial. Complicidad, amistad, deseo, amor y un futuro mil veces imaginado entre ambos.

Habían decidido que su primer cara a cara sería de verdad. Rehuyeron de mandarse fotos y de las ya más que populares videoconferencias. Tampoco intercambiaron sus móviles. Querían mantener ese velo de misterio hasta el momento de estar uno frente al otro, respirando el mismo aire, compartiendo la misma baldosa. Ese encuentro estaba cerca, a 15 kilómetros siguiendo aquella sinuosa carretera. Eir estaba esperándolo en la casa rural donde habían decidido que por fin sus vidas se entrelazarían. Era un hermoso valle escondido entre los bosques de aquella escarpada cordillera. Un cristalino río murmuraba al surcar su cauce pedregoso. Un paraje idílico solo comparable al lugar donde se habían imaginado envejecer.

Las horas pasaban y la desilusión de Eir era infinita. Sus azulados ojos estaban enrojecidos por las lágrimas que se negaba derramar por un desconocido. Sentía que se habían reído de ella, que era víctima de un cruel y macabro juego donde ella había entregado el corazón. Se maldecía una otra vez por no darse cuenta de que estaba siendo engañada. Y aunque la vida la había vuelto más desconfiada, siempre pecaba de ingenuidad. Enrabietada subió a su habitación con la única intención de pedir explicaciones. Encendió su portátil y se conectó a Internet. Aquel lugar también había sucumbido a las nuevas tecnologías y al progreso. Buscó pero no encontró explicación alguna. Se derrumbó en la cama llorando, por ella y por lo tonta que había sido. Pero los lamentos no duraron mucho. Su amor propio era ahora dueño de sus actos. Hizo la maleta, pagó su habitación y se subió al coche para volver a su triste vida en la gran ciudad. Quería olvidarse de todo aquello lo antes posible. Esa noche para ella jamás existió.
Deshizo el camino andado horas antes, ya que era el único modo de llegar salir de aquel lugar. Conducía absorta, de manera mecánica. El trayecto de vuelta fue una continua autoimposición de cosas que no volvería a hacer. No dejaría que nadie nunca más la engañase, no dejaría que sus sentimientos guiaran sus pasos, no dejaría que el amor entrase jamás en su vida. Se alejaría de todo aquello que le causase dolor.

Postrado en su tumba metálica y haciendo acopio de toda la energía que le restaba, introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón. Sacó una cajita rosada que en su interior contenía un elegante anillo de compromiso. Respiró por ultima vez y aguantando el dolor susurró la frase que desde hacía tantos días había estado ensayando: “Eir, ¿quieres casarte conmigo?” Y sus ojos se cerraron para siempre. Y a lo lejos el ruido de un motor se desvanecía en la lejanía.

5 comentarios:

  1. Muchas, muchísimas veces me he preguntado cuantas historias como la que tu relatas pueden haber sucedido en la realidad.
    Establecemos contacto,intimamos, estrechamos lazos... pero seguimos , en gran parte, siendo anónimos con un único vínculo de comunicación.
    ...y nos morimos...y nadie se entera...
    Magnífico relato Churrus, me ha dejado...
    pensando...
    Besos

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  2. a veces
    sólo muy de cuando en cuando
    alcanzamos a tocar con la punta de los dedos la magia
    al menos, lo hemos intentado contra el negro frío
    mientras nos desangramos
    en vano

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  3. Bueno, muy bueno el relato churrus. Historias como ésta de encuentros y desencuentros surgen por este espacio cibernético y tan reales como la vida misma.
    Besos.

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  4. Un relato de soledad y compañía con el que resulta casi imposible no identificarse. Y eso precisamente arranca la emoción aunque en este caso sea la de una historia triste. Pero me he dejado llevar y claro, se queda uno pensando... Qué decirte... Sólo sigue escribiendo por favor.
    Gracias

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